sábado, 26 de mayo de 2018




LOS HUMANOS Y EL EQUILIBRIO EXISTENCIAL DE LAS ESPECIES

La superpoblación humana afecta, a todos los otros factores con que conviven las diversas poblaciones animales y vegetales del planeta. Sobre todo a medida que avanza el tiempo y se contempla su aumento es progresivo e imparable. Es necesario atender los esquemas a nivel psicológico y en el terreno de la economía para limitar el aumento de los seres humanos en conjunto. Es el problema global por antonomasia desde el punto de vista económico y ecológico.

Los chinos han impuesto medidas autoritarias pero estrictamente necesarias de evitar que las parejas tengan más de un hijo. Es un país superpoblado a escala máxima. En los países capitalistas del mundo desarrollado el nivel de vida ajusta la baja procreación, lo que, veremos, conforma una determinada mentalidad dominante de tener uno a dos descendientes. Esto, evidentemente, va a tener mucho que ver en la manera de ser de las personas. Pero lo mismo es así cuando pasa lo contrario. Por lo que limitar la descendencia debe ser una elección racional y sobre todo con conciencia local y global del problema al mismo tiempo. En los países menos desarrollados, con influencia en los gobiernos y en la sociedad de creencias religiosas se considera la maternidad un bien divino que las mujeres han de potenciar, y sirve de cantera para el desarrollo social. Se está creando una descompensación peligrosísima entre el mundo rico y el pobre dentro de cada sociedad y fuera de cada una ellas que ha de ser advertido para poner medios que impidan estalle semejante dilema, sobre todo en forma de violencia, lo que se detecta en la actualidad de manera incipiente.

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La primera persona que ordenó los pensamientos sobre el tema de la superpoblación, a la vez que lo relacionó con el desarrollo económico, fue el clérigo inglés Thomas Robert Malthus. La primera obra que editó en 1798 lo hizo de manera anónima, “Ensayo sobre el principio de la población”. La tesis fundamental fue que el número de habitantes crece en progresión geométrica, mientras que el de la producción de alimentos lo hace aritméticamente. Apunta como formas espontáneas y fuera de una voluntad humana sobre el control de la natalidad, las guerras, el hambre, las epidemias. Todo lo cual cumple tal función sin proponérselo. Cinco años después publicó otra obra, firmada por él, en la que insta a la sociedad a que ponga de manera urgente freno al crecimiento demográfico mediante la abstención sexual. : “Ensayo sobre el principio de la población o una visión acerca de sus efectos pasados y presentes sobre la felicidad humana”. Desde entonces surgió todo un movimiento sobre el control de natalidad, estableciendo un modelo demográfico, el malthusiano, que estuvo presente en las teorías de la economía clásica. Al cabo del tiempo se ha convertido la demografía en una ciencia que pretende orientar el crecimiento de la población en los límites posibles para la supervivencia humana y analizar cómo afecta sobre la economía y sobre los movimientos migratorios en la propagación de ciertas enfermedades y sobre la conducta social.

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Para Malthus el obstáculo primordial para el progreso humano es la relación entre las pasiones entre los sexos y a la vez los recursos limitados. El problema sigue vigente, pero con otras variables que aparecen en el mundo moderno y que afectan gravemente al progreso global. La teoría malthusiana se interpretó de manera que al ser limitados los recursos es mejor no repartirlo, pues daría lugar al incremento de la población entre los pobres. Lo que se extendió como principio básico durante el s. XIX. Muchas injusticias y desigualdades tuvieron su foco impulsor en esta teoría. No deberíamos juzgarlo con nuestra mentalidad actual, porque fue lógico tal pensamiento dentro de la mentalidad de la época y de las posibilidades nulas de evitar la natalidad, al ir asociada la práctica sexual con el embarazo.

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David Ricardo se preocupó mucho por este asunto al comprobar cómo el crecimiento de la población no sólo aumenta en relación a los recursos, sino que puede afectar a éstos, al ocupar un espacio que se vería reducido de tierras productivas. Es lo que le llevó a establecer su teoría central, que ya hemos atendido, en cuanto que entiende que los salarios dependen en última instancia de los precios de los alimentos, los cuales dependen de los costes de producción y a su vez de la cantidad de trabajo para producir alimentos. Por ende el trabajo, entiende, es lo que determina el valor de las cosas.

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Stuart Mill incide mucho en el tema de la población, como determinante de la política distributiva. Estudia la manera en que suceden muchas costumbres, que tienen que ver con el mantenimiento de una determinada tasa de población en las localidades concretas, de cara a organizar la economía. En Suiza comprobó que los patrimonios no se dividen, pasa todo al primogénito, lo que también sucedía en numerosos territorios de España y otros lugares. El resto de la familia emigraba o se dedicaba al estudio, o a trabajar para el cabeza de familia. Los matrimonios se hacían cerca de los treinta años, de manera que el deseo de poseer tierra, para formar un hogar impedía el crecimiento de la población. Sin embargo lo que sucedió es que en las ciudades aumentaba el número de habitantes, con factores añadidos que conformarán la esencia de una nueva sociedad, al cabo del tiempo. Paradójicamente las mejoras de los trabajadores se hace patente, gracias a las luchas sociales y a la aplicación de derechos que esa masa de gente va a acabar exigiendo. Mill arremete contra “los sacerdotes católicos que se oponen con vigor a la restricción de natalidad”, dejando el destino de los seres humanos en manos de Dios, “que sea lo que Dios quiera”.

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Otras maneras de control de la natalidad, mediante las costumbres sociales, que cuenta Mill son , por ejemplo, la ley de Munich, Alemania, que prohíbe casarse sin medios económicos, lo mismo que en Frankfurt. De manera que se retrasa así el emparejamiento, lo que se ayuda con una formación de valores mediatizados por la religión y la moral de no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. En Noruego, a mediados del s. XIX, no se podía casar la juventud sin probar ante las autoridades eclesiásticas que se tenían medios y posibilidades para cuidar a una familia. En Prusia los varones hacían la mili varios años, sin poder contraer matrimonio mientras tanto, lo que lograba retrasar el emparejamiento. En Sajonia no se podía casar un varón sin haber hecho el servicio militar. Y en Dresden hasta lograr ser maestro de un oficio. Por lo tanto no cuando se fuera aprendiz.

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La conclusión de Stuart Mill fue: “la civilización es una lucha contra los instintos animales”, lo que consideró la única forma de restringir la multiplicación. Lo cual chocaba con el fomento de los matrimonios por parte del clero católico, cuya idea fundamental fue el mensaje bíblico: “creced y multiplicaos”. Lo cual se quejan los liberales de aquella época influía mucho en la mentalidad de los pobres y en practicar políticas caritativas, sin una estrategia económica ni un orden social basado en la razón. Para los católicos Dios ha dispuesto que haya pobres. Ya entonces los utilitaristas y radicales, seguidores de Beltham, apoyaban sus ideas en la defensa de los derechos de la mujer, de manera que “menos hijos sería un alivio para las mujeres en las tareas domésticas”. En una época en que las mujeres tenían como media una prole de ocho hijos e hijas, y porque no pocos morían durante el parto. Por cuestiones higiénicas y de alimentación y de conocimiento sobre las enfermedades el índice de vida fue muy bajo durante el s. XIX. A pesar de lo cual los nacimientos superaron con creces los fallecimientos, desequilibrando la tasa de natalidad.

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Con el desarrollo paulatino y progresivo de la Revolución Industrial el problema teórico de la población ha dejado de ser la subsistencia. Hay suficientes recursos, si bien tales tienen un límite, tanto en cantidad como en calidad, pero en definitiva no es un problema ya de producción sino de distribución. Aquí nos encontramos con lo planteado en el capítulo anterior: que esta función depende de la voluntad humana, no es un criterio del mercado, sino institucional.

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Aparecen problemas cualitativos. La producción industrial de alimentos hace que haya gran cantidad, pero la sobreexplotación del terreno conlleva que desde la selección de la semilla, hasta su cultivo y riego se altere con determinadas substancias. Lo mismo la cría de animales. Lo que ha desencadenado en diversas ocasiones enfermedades que exigen atender concepciones de acuerdo a la salud y no fijarse exclusivamente en la rentabilidad a corto plazo. Desde envenenamientos con el aceite de colza, al uso del DDT, de las vacas locas a las dioxinas encontradas en refrescos de Coca Cola, se suceden los casos de pérdida de calidad de los productos alimenticios cuando no su peligrosidad. Se abren nuevas puertas con los cultivos transgénicos, y si cierto es que hay una base científica, la gravedad del asunto consiste en que se orienta como un negocio, cuyo objetivo centrado en la ganancia de dinero puede provocar alguna catástrofe.

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Dentro de la ingeniería de sistemas, una de sus aplicaciones ha sido estudiar modelos del mundo, realizado por el grupo J51 en mayo de 1996. Observa este colectivo que el problema de la población es primordial y que sin embargo no se atiende debidamente. Analiza como un factor que limita el crecimiento son los insuficientes recursos naturales. Si esto se transgrede, como puede ser mediante cultivos transgénicos y otras operaciones tecnológicas se disminuye el coste de los alimentos y aumentan los beneficios en la medida que se aumenta el reparto de los productos. Pero se verá incrementado por un aumento de habitantes. Si no hay un cambio cualitativo en este sentido, sobre todo en el pensamiento global de la Humanidad, no hay manera de atajar el problema. El estudio describe los hechos sin aportar ninguna solución.

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Veamos aspectos de la evolución de la población a lo largo de la Historia, para analizar cuál es la situación actual, sobre la que hay que actuar. A nivel mundial el número de habitantes creció muy lentamente hasta el s. XVIII. Durante el s. XIX se duplicó, por dos condiciones que se solaparon en un efecto de resonancia: se incrementa la natalidad y disminuye notablemente la mortalidad, por efecto de los avances científicos e higiénicas. Sucede fundamentalmente en las ciudades, sin orden ni concierto, lo que ocasionará una estructura social de hacinamiento y concentración de individuos. Sin embargo en esta primera fase de aumento poblacional sucede que 50 millones de seres europeos emigran a otros países menos desarrollados y despoblados, en comparación con la sociedad occidental. El efecto de la población en las ciudades va a tener una repercusión directa en la economía. Al aumentar la mano de obra los salarios bajan. Debido a la necesidad de trabajo a bajo precio se incluye en el mundo laboral a mujeres y niños en condiciones penosas y de máxima explotación, para que la suma de todos los sueldos pueda mantener a una familia completa. la competencia para entrar en el mercado laboral hace que disminuyan todavía más los salarios. Lo que dio lugar a una situación estructural de máxima explotación. Se interpreta ésta como una característica “natural” que justifica tal estado de cosas, o bien se combate desde un planteamiento ideológico, sin ver en ningún caso el factor numérico del mercado laboral.

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Durante los años cincuenta y sesenta del s XX la comunidad científica toma conciencia de la catástrofe que supone vivir en un mundo superpoblado que sigue en aumento. Se propone la maternidad como un acto de conciencia y no supeditado a vivir la sexualidad. Se extienden las medidas anticonceptivas y se comercializan métodos como el ideado por el doctor Condón a comienzos del s. XX. Lo que a España llegaría con una década de retraso. La vivencia de la sexualidad como un fin y no como un medio supuso una gran revolución, mucho más importante que los cambios de gobierno, pues afectó a la vida íntima, a las relaciones cotidianas y a una manera diferente de entender la vida. Se desarrolla el principio del placer. Los años sesenta suponen un punto de inflexión. Una serie de actos de rebeldía estudiantil provocarán una revolución extendida al modelo de pensamiento. Da la sensación de haber sido un fracaso, porque muchas metas no se lograron inmediatamente, pero sus metas se convirtieron en una forma de vida al cabo de las posteriores generaciones. Baste ver cómo viven los jóvenes actuales, los de los años sesenta y los de los años cuarenta. Son mundos completamente diferentes. Lo que ha dado lugar a un enfrentamiento generacional, más que a una sucesión de relevo en el tiempo. El factor generacional es cada vez más determinante en el consumo, la política y la cultura. El biólogo Julian Sorell Huxley, calculó que el gran alto de la población mundial sucedió cuando se pasó de la cultura neolítica a la agricultura. La población se duplicaría, desde entonces, cada mil setecientos años, lo que significa un ritmo lento, pero constante. Sucedería como el juramento de don Juan “cuán largo me lo fiáis”. Según tales cálculos la población de 1.600 en total fue sobre ciento cincuenta millones. Muy inferior a la que solamente China posee en la actualidad. La revolución industrial aumentó la producción de alimentos y creció espectacularmente el número de personas. En dos siglos se duplicó la población mundial, rompiendo los esquemas de cualquier cálculo previsto. En 1800 la población fue novecientos millones de habitantes. Pasó a los 1.600 millones en el año 1900. A pesar de dos guerras mundiales hasta 1979 creció la población a los 3.600 millones y en el año 2.000 se llegó al habitante 6.000 millones. El medida de crecimiento se incrementa en la actualidad a un 2%, cuando cuatro siglos antes fue de un 0´3%. Tal ritmo de crecimiento es insostenible. Aunque hubiera una escapatoria con medidas tecnológicas de diversa índole, llegará un momento en que la presión demográfica no será asumible por la condición humana. Tanto por su alejamiento de su naturaleza, como por afectar, como ya sucede, a su esencia humana. Duplicar nuevamente el número de habitantes del planeta, pongamos en cincuenta años, con mucho optimismo, hace que se llegue al número 12.000 millones, lo que literalmente no cabe en el globo terráqueo. Hacen falta medidas específicas. Discursos morales no sirven. Por otra parte se fragua un desequilibrio entre poblaciones que aumentan sin cesar el número de miembros, mientras que otras no llegan al mínimo del relevo generacional. De todo esto se deberían sacar conclusiones y no tanto mensajes catastrofistas ni falsamente utópicos.

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Se han puesto las esperanzas en el milagro de la tecnología. Conquistar espacio fuera de la atmósfera terrestre. Se diseñan edificios inteligentes, para albergar a 100.000 personas en un rascacielo sin que haga falta salir de él, con todo un espacio virtual que pone en contacto con el exterior. Microsociedades con todo tipo de servicios. Serían países funcionales. Pero ya no es una cuestión de espacio físico, sino de un aumento de requerimientos energéticos, que con las energías naturales se podrá paliar, pero el efecto contaminante y la necesidad de espacio para producción de alimentos tiene un linde. Pongamos que se hacen granjas acuáticas en el mar. Con todo el conjunto de la suma de los factores no puede albergar materialmente a tanta masa humana. Pero antes de que tal situación llegase se habría producido una variación psicológica que produce una destrucción del ser humano, internamente y entre sus miembros. Sobre lo cual ya escribió Konrad Lorenz, premio Nobel de medicina en 1973., quien analiza la superpoblación, sobretodo, como un fenómeno deshumanizante. Para este zoólogo austríaco, fundador de la etología (estudio de la conducta animal), la superpoblación contribuye directamente a todas las manifestaciones de malestar y decadencia. Es el origen de los demás problemas de la humanidad que aborda en su obra “Los ocho pecados capitales”1. No es solamente el número sino su distribución desproporcionada en dimensiones fuera de la capacidad de los individuos. Ciudades mastodónticas, en las que tal como indica Lorenz: “el confinamiento de las masas humanas en los modernos centros urbanos hace que no percibamos el semblante del prójimo, en donde se desdibujan las imágenes humanas”. Como en cualquier especie sucede que el confinamiento de habitantes incrementa la agresividad. Lo cual en nuestra sociedad adquiere la categoría de terror, en parte por los sucesos diarios que atemorizan a la población, en cuanto robos, asesinatos incontrolados y violaciones, lo que muchas veces sucede en la intimidad del hogar. Si además se expande a través de los medios de comunicación, la sospecha, el aislamiento, la desconfianza es cada vez mayor y conforma la manera de ser de los hombres y mujeres contemporáneos. Esta forma de ser se refuerza mediante insistentes programas que azuzan el morbo, que ya es un mercado habitual y abundante, sobre programas de sucesos.

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El miedo por una parte y las prisas por otra arrebatan, explica Konrand, una de las principales cualidades del ser humano, la reflexión. Lo cual embrutece a la sociedad en un grado alarmante, por su incapacidad de reaccionar, ni siquiera para rebelarse a situaciones claramente injustas. Se produce el hartazgo y se resuelve violentamente. El gobierno británico2 pondrá en marcha, por ejemplo, cursos para enseñar lectura, escritura y matemáticas, condicionando a esta tarea los subsidios de desempleo, cuando ha descubierto que cerca de siete millones de adultos tienen graves deficiencias a la hora de escribir y realizar operaciones sencillas. Existe un déficit de conocimiento básico, que podemos extrapolar a todas las sociedades avanzadas en una proporción muy similar. Lo que sucede es que se quieren atajar los síntomas sin buscar la comprensión profunda del problema, que exigiría transformar muchas de las estructuras educativas, económicas y sociales de la actual civilización. Extremo éste al que no se quiere llegar, pero indudablemente las causas de la brutalidad moderna se acabará viendo afectada. Por eso es muy importante tomar conciencia del problema y sentar las bases de una nueva conformación social, a lo que podrá contribuir inevitable y necesariamente la Renta Básica. La experiencia demuestra que la procreación depende de la mentalidad, más que del nivel de vida.

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El Hombre moderno se encuentra atrapado en una red invisible de estímulos psicológicos que le controlan y se apoderan de su vida (le ocupan). Muchas veces cuando quiere pensar y salir de esta situación se encamina por falsos derroteros que hacen patente y visible tal situación de una forma más concentrada y asocial, lo que intensifica el fenómeno de las sectas destructoras de la voluntad personal en la sociedad moderna. El estudio de la conducta humana demuestra la fragilidad afectiva, lo que es aprovechado por los que ejercen el Poder religioso, político y económico. En la actualidad, la sociedad occidental se construye sobre la base de estimular el consumo, de manera que se estimula la necesidad de los productos que salen al mercado. Ya no se ejerce de manera individualizada tal convencimiento, sino masivamente, a costa de hacer que los sujetos estén unidos orgánicamente a tal barahúnda de átomos sociales. Así lo advierte Konrad Lorenz “la gran masa consumidora es tan ingenua que se deja dirigir dócilmente por los métodos elaborados mediante la investigación de opinión y la publicidad”.

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La tasa de natalidad se describe según el número de nacimientos registrados en un periodo de tiempo en relación al total de habitantes de la zona en que se hace la medición, que puede ser un país, un continente, el mundo o una provincia. Se mide en tantos por mil. La denominada “revolución demográfica”, por unos y “bomba demográfica”, por otros, sucede por un cambio en los dos extremos. Influye mucho el descenso de mortalidad, gracias a los progresos de la medicina. Inglaterra pasó de un 26´9%0 en 1.800 a un 18´2%0 en 1.900. A pesar de lo cual la mortalidad infantil sigue siendo grande, las epidemias se cobran aún muchas vidas humanas, pero se comienzan a difundir las vacunas, antibióticos, etc. Durante el s. XIX suceden las grandes migraciones del campo a la ciudad, acompañando a la revolución industrial y a otras tierras para colonizar sus territorios. Con el colonialismo entre 1800 y 1930 cuarenta millones de personas salen del continente europeo. Se pasa de una economía rural a otra industrial, lo que hace que se comience un fenómeno descompensador. Los pueblos se vacían y se llenan y engrandecien las ciudades. Londres alcanzó en 1914 cuatro millones de habitantes, siendo la mayor metrópoli del mundo. Se duplicó la población en 1951, con 8.346.137 de habitantes. En 1991 descendió a 6.679.699, y desde entonces se produce un crecimiento de 20.000 ciudadanos anuales, debido sobre todo a la inmigración.

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El aumento de población de la civilización industrial se detiene a comienzos del s. XX, debido a la crisis económica. Relación ésta que será engañosa, pues el crecimiento económico condicionó el nivel de vida, pero el efecto es más de mentalidad social. En Inglaterra el crecimiento demográfico pasó de 13% en los años 30 a un 4´5% en la década de los 40 como consecuencia de una crisis económica. Disminuye el número de nacimientos, en algunos incluso por debajo de la mortalidad, dando lugar a un déficit de renovación de la población. En los países democráticos se toma conciencia de esta situación y se estudia la manera de facilitar el crecimiento económico, a la par que se estabiliza el crecimiento de la población. En 1930 la iglesia anglicana de Lambeth admiten el control de los nacimientos. En el mismo periodo los países con regímenes totalitarios estimulan los nacimientos como fórmula de expandir su poderío militar. Establecen lo que se denomina en Italia la “batalla de los nacimientos” (1927). Para los nazis restringir la fecundidad supone el suicidio nacional. Vemos que se trata no tanto de una coyuntura económica como también y sobre todo de mentalidad.

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El crecimiento de población se acompaña de una redistribución de las labores y tareas económicas. Debido a la tecnificación del trabajo agrícola los países industrializados redujeron su población activa dedicada al sector primario al 19%. En el año 2.000 ha llegado al 4%. El sector secundario pasó a absorber gran parte de esa mano de obra, que hoy también es excedentaria ante la nueva estructura socioeconómica basada en la cibernética, en la que se establecen trabajos de organización y programación. Más que trabajo, en el sentido de esfuerzo se requiere mucho tiempo y dedicación. Sucede una plusvalía valorada en tiempo, no tanto en una base salarial, especialmente en determinados puestos de trabajo: representación de productos, ventas, gestión empresarial, etc. No sólo tiempo laboral, sino en cursos, jornadas, convivencia, lo que afecta la estabilidad afectiva y social de muchos trabajadores de lujo, en los que a pesar de lo bien que viven en términos monetarios siempre andan a cuestas con la frase “estoy hecho polvo”. En el otro extremo sucede lo mismo, por falta de recursos y estar siempre “pillados” al necesitar un segundo trabajo para mantener una vida orientada al consumo. Lo cual acaba siendo cuestión de tiempo. El problema de tener niños o niñas no es tanto el dinero como tener tiempo disponible. La solución se encuentra en el dinero, para sustituir el tiempo con los hijos e hijas mediante la contratación de una asistente del hogar. Situación ésta que genera una tensión estresante, de no estar con los vástagos, pero compensarlo con actividades o regalos que requieren mucho dinero. Por otra parte se buscan personas extranjeras que dependan de la familia contratante para vivir o para mantener una lealtad, y así poder exigir al empleado inmigrante más y de la manera más barata, lo que no permite encontrar mano de obra autóctona, que por otra parte incluye un factor de humillación al atender a los hijos e hijas de otros para ganar dinero y dejar desatendidos a los propios o no tenerles. Hoy por hoy uno de los temas esenciales a resolver y que ni siquiera se plantea es disponer de tiempo real y convertir el trabajo en una actividad gratificante. Queda solapado este requerimiento ante otros fenómenos, que como dice una aseveración de Mafalda: “nos ocupamos de lo urgente y olvidamos lo importante”.

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Me escribe Victoriano Fernández, indicando en este sentido, que los “mercaderes”, calificativo más propio, para él, de a los que antes se llamó capitalistas, son aquellos que controlan el tiempo de los otros y el suyo propio. A los pobres les queda, comenta Vitoriano, que les llamen asesinos o que se dejen asesinar “en cualquiera de las mil formas que existen de hacerlo civilizadamente”. Obviamente lo dice en un contexto existencial, cuyas connotaciones y reflejos vitales van a ser muy significativos.

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Para nada podemos despreciar esta percepción del nuevo mundo laboral. Recientemente, durante unos cursos sobre la participación de madres y padres en las asociaciones de los colegios el factor común que apareció, como problema vital entre los asistentes, fue la falta de tiempo para disponer de él. Lo que afecta negativamente en la colaboración con la educación de los hijos. Y las prisas fue otro elemento de insatisfacción para la mayoría. En la medida en que se restringe el espacio y se concentran las personas la vida se acelera. Cualquiera lo puede comprobar mediante comparar los diferentes ritmos de vida en un pueblo, una capital de provincia y una gran ciudad. La distribución de habitantes tiene repercusiones psicológicas y somáticas, con las que convivimos y a las que nos adaptamos. La cuestión es saber hasta adónde puede llegar, y cómo evitar que se llegue a una situación límite que aboque al desastre colectivo. Lo cual tiene que ver con la población.

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Hasta el s. XX no se hizo ninguna política de población, aunque tal problemática se planteo un siglo antes. La ONU ha establecido medidas en dos sentidos, el control de los flujos de migración y el uso de anticonceptivos. Ha sido necesario desligar la cuestión moral de los intereses de índole puramente pragmáticos, con el fin de desligar el acto sexual de la procreación. De manera que se establezca como un derecho universal promover nacimientos deseados, de acuerdo a las parejas o mujeres que quieran dar a luz. No verse las mujeres una y otra vez como madres sin una planificación de acuerdo a su voluntad. La primera Conferencia internacional sobre la población se celebró en Roma en 1954 en la que se propone a nivel mundial una huelga de nacimientos. El jesuita Estalisnao de Lestapis se compromete con semejante reto, para llevar a cabo políticas de regulación de natalidad. En 1951 Pío XII admite como lícito elegir los periodos no aptos para la concepción como manera de evitar el embarazo, lo que lleva un factor de riesgo bastante amplio, que no ha servido como fórmula general. Muchos son en este sentido los hijos de Ogino. Los medios más mecánicos y seguros siguen siendo negados por la Santa Sede, así como otras religiones que anteponen la voluntad de Dios a la humana en los problemas terrenales. En Occidente se ha divulgado el uso de la pastilla “del día después” y se insiste en la educación para el uso de preservativos, con dos funciones, evitar embarazos no deseados y el contagio del SIDA. En África todavía está en pañales esta práctica educativa, en parte por la pobreza endémica y en parte por una mentalidad muy diferente. Lo que da como resultado un incremento de población apenas con posibilidad de ser controlada y a la vez contar con un 25% de la población negra enfermos de SIDA.

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La primera política de control de natalidad fue puesta en práctica por Japón en 1.948, mediante anticonceptivos y la legalización oficial del aborto, para aplicar a quien no quisiera tener descendencia. Sobre todo en las zonas afectadas por malformaciones como consecuencias de las bombas atómicas que fueron arrojadas por los EE.UU. en Hirosima y Nagasaki. El gobierno y las grandes empresas colaboraron en el descenso de natalidad para poder progresar sin un tapón de población que llegara a colapsar semejante desarrollo económico y lo hiciese inviable a medio plazo. Se pasó de una natalidad de 34/1.000 en 1947 a 20/1.000 en 1954.

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En 1952 la India establece un política oficial para hacer bajar el crecimiento de población, al verse sometido a una presión demográfica acompañada de grandes bolsas de pobreza. La planificación familiar se convierte en los países en vías de desarrollo en un tema crucial para salir de su situación de miseria extendida entre amplios colectivos. En los países desarrollados sucede lo contrario. El estancamiento de la tasa de natalidad en el seno de la población rica hace que se ponga en peligro el relevo generacional de ésta. Veremos la necesidad de atraer mano de obra de otros países. Ya no sólo por una cuestión de ahorro de costes laborales, sino para el funcionamiento de la economía de los países ricos.

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La población ha sido un tema central en las reflexiones de filósofos y hombres de ciencia, cuando han abordado en sus estudios las cuestiones sociales. Es el tema de fondo de muchos problemas. Alexis Carrel3, premio Nobel de Médicina, 1912, ve en la natalidad la base para comprender y solucionar el futuro de la Humanidad. Entiende que hay una nueva concepción de ideas, a comienzos del s. XX, en cuanto a dar a luz hijos. Dice: “no hay esperanza de no aumentar el índice de natalidad mientras no se produzca una revolución en las costumbres de pensamiento y de vida y se alce un nuevo ideal en el horizonte”. Sin embargo llega a reclamar la necesidad de prácticas la Eugenesia, para perpetuar los individuos más fuertes y evitar la degeneración de la raza. Lo que pide sea uno de los objetivos de la educación. Defiende una aristocracia biológica hereditaria como manera de solucionar los problemas de la Humanidad. Idea ésta muy peligrosa y desde luego proclive al racismo. Aunque se diga de muchas maneras y mediante eufemismos éste es un criterio bastante extendido entre los pensadores de la comunidad científica, que ven la necesidad de abordar el asunto desde ópticas técnicas, apartando cualquier elemento de interpretación moral o ética. Desde luego pienso que se pueden introducir elementos democratizadores y permitir el libre desarrollo a partir de una base mínima de estabilidad económica, lo cual va a permitir un avance cultural que haga que las personas se planteen los problemas y su situación en el mundo sin dejarse llevar sobre la marcha o arrastrados desde lo irracional de las creencias.

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A comienzos de los setenta se suscitó un importante debate en torno al problema de la población. Los dos polos de la discusión4 quedaron representados por el neomaltusiano, Ehrlich, biólogo de la Universidad de Stanford. Al otro lado Commoner, biólogo de la Universidad de Washington. Para el primero el peligro número uno de cualquier sociedad es el crecimiento demográfico a nivel mundial. Rechaza hacer mediciones parciales sobre cifras de habitantes. Su propuesta fue incentivar financieramente a las madres para que no tuvieran descendencia o reducirla al máximo mediante sistemas de esterilización. Lo que se ha aplicado en América Latina desde los años ochenta. Incluso exige medidas coercitivas si hicieran falta para regular la población. En su obre “Como sobrevivir”, anuncia la necesidad de establecer un gobierno mundial para este fin. Establece que no se puede consentir el desequilibrio de que el 90% de los nacimientos sucedan en el Tercer Mundo. Lo que nos lleva a ver como el nivel de vida va íntimamente relacionado con la cuestión de la natalidad, pero a través de una nueva mentalidad, sobre todo. La presión demográfica, advierte, va a dar como resultado corrientes migratorias de seres humanos imparables. Como base material vemos que en los países pobres los hijos son el único sistema de pensiones de las personas mayores. Por otra parte la incultura, fruto de la miseria, hace que procrearse suceda porque sí, sin que los progenitores y miles de madres sin pareja tengan hijos sin pensar sobre tal suceso. El alejamiento de la tradiciones hace que los ancianos también se vean abandonados. Pero las ideas preconcebidas heredades de tradiciones culturales sigue siendo un substrato cultural vigente.

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Para Commoner el problema no es tanto de número de personas en el planeta sino el incremento de tecnologías contaminantes y la escasez de recursos por una mala distribución. Para él se trata, dice, de resolver políticamente el problema de la riqueza. La contaminación aumentó de 1946 a 1966 de un 200% a un 2.000%, mientras que en ese mismo periodo la población lo hizo en un 42%. La desproporción es total. Plantea que el desarrollo tal como se concibe es el auténtico problema. El despilfarro sucede más en economías ricas, en que la tasa de natalidad desciende. No es tanto la falta de alimentos lo que limita las posibilidades vitales de los habitantes del planeta, sino el modo de vida occidental e industrial sobretodo.

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No se trata de discutir sobre qué fue antes si el huevo o la gallina. Sino aportar análisis que sirvan para resolver criterios que apunten a una salida necesaria y posible. En el informe anual de 1.999, “geopolítica del hambre” de la Asociación Contra el Hambre (ACH), aparece: “La producción de alimentaria es suficiente para cubrir todas las necesidades. No sólo las actuales sino la de los 11.000 millones de habitantes previstas para finales del siglo XXI. El problema sigue siendo la injusta distribución”. La exclusión de 800 millones de seres humanos de la riqueza que proporciona la tecnología hace que pasen hambre o carezcan de comida para vivir con dignidad. Nueve millones mueren cada año directamente por causa de la desnutrición en todo el planeta. Indirectamente afecta a otras causas de mortalidad como enfermedades que no son curadas por falta de defensas ante la escasez de alimentos ingeridos. Lo que deja claro el presidente de esta asociación internacional, Olivier Longué, es que el hambre no es fatalidad climatológica o catastrófica, sino de falta de sensibilidad para erradicar este problema, que además se refuerza cuando se convierte en un castigo contra la población en los conflictos políticos y guerras de los países subdesarrollados económicamente.

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Se hace evidente la necesidad de iniciar un nuevo desarrollo global, que pasa por una distribución base de la riqueza, no sólo como medida de justicia, no sólo como un medio para ampliar el mercado, sino, además, para estabilizar la población. La utopía tecnológica ha dado respuesta a muchas necesidades, entre otras la de multiplicar los alimentos, con los problemas de salud que conlleva, pero que en su mismo ámbito se encuentran soluciones y se constata el aumento de longevidad y de expectativas de vida.. Pero si hay posibilidad de absorber una duplicación de la población en un siglo no lo hay para 20.000 millones de seres humanos en el siglo XXII. Tal previsión se ha de considerar ya en la actualidad. El desarrollo económico requiere de una mentalidad que lo acompaña, inevitablemente, para asumir las sociedades del mundo una conciencia que dé lugar a una acción voluntaria de limitar el número de nacimientos. Así ha sucedido en las sociedades ricas, quizá con un exceso de egoísmo y a pesar de las interferencias religiosas que se han pretendido establecer. Limitar la población es una necesidad global, que exige una mentalidad que acompañe un aumento global del nivel de vida. Cuando digo mentalidad global, no me refiero a un pensamiento único ni a una orden totalitaria, sino una conciencia planetaria del problema y que se permita articular la pluralidad poblacional. Es decir ni como cuando en los años sesenta en que hubo una obligatoriedad social de ser madre de los hijos que se tuvieran sin control alguno, ni la otra de considera tener hijos e hijas un estorbo o una carga para mantener una vida social y económica independiente y fluida, de manera que parece que hay que pedir perdón por tener una amplia descendencia. Lo que responde a un condicionante socioeconómico, más que a una racionalidad sobre el tema. Hace falta una mentalidad abierta, crítica que impulse la libertad real, aquella que le pertenece a uno en su ser y de responsabilidad, ya que todo acto individual es una categoría social.

Los problemas de las sociedades ricas y de las pobres son antagónicas. De un lado el exceso de población ante la carestía de medios para vivir. En el otro extremo la falta de nacimientos inmersos en un mundo de derroche y despilfarro. Las soluciones habrán de ser distintas, pero complementarias, para dar una respuesta concreta dentro de una visión global. En los ricos el establecimiento de la Renta Básica. En los pobres despliegue de inversiones, anulada la deuda externa, para potenciar el progreso económico en la población. Con mecanismos de desarrollo autóctono pero dentro de la prosperidad global, lo que inevitablemente va a conformar una mentalidad más abierta y plural. El objetivo es que se asienten modelos de convivencia democráticos como una norma de la cultura política planetaria. El establecimiento de estas bases va a permitir una racionalización en lo concreto de la natalidad. En definitiva, la sociedad humana ha llegado a un grado de desarrollo ciudad
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