miércoles, 31 de octubre de 2018

El embrutecedor



 El embrutecedor



Hace dos o tres días consiguió llegar hasta mí -a pesar de que me hallaba enfermo de un ataque de ictericia- un voluminoso viejo que se llamaba, al parecer, Sarmihiel.

Me vi delante de una vasta cara de enormes quijadas de boyero, endulzada por unos grandes ojos casi blancos, de extático. Me tendió una sólida mano de Goliat y me anunció que tenía necesidad de mi apoyo para una empresa de la que dependía la felicidad futura de los hombres. Le contesté inmediatamente que no me importaban absolutamente nada los hombres ni su felicidad y que podía ahorrarse el tiempo y la charla. Pero Sarmihiel no se arredró.

-Cuando tenga una idea de mi sistema -manifestó- cambiará tal vez de opinión. El escuchar no le costará nada. Yo no pido limosna, sino comprensión.

Por curiosidad y tal vez por efecto de mi debilidad en aquel día, me dispuse a escucharle.



-Usted conoce seguramente -dijo el viejo-el famoso aforismo de Federico el Grande: L'homme est un animal dépravé. Profunda sentencia comprobable diariamente. Todas las amarguras, las maldades y las melancolías del hombre provienen de su depravación, es decir, de haber renegado su verdadero destino, de haber violentado su naturaleza originaria. El hombre es un animal, nada más que un animal, y ha querido convertirse, por una perversión única entre los brutos, en algo más que en un animal. Ha cometido una traición, la traición contra la animalidad, y ha sido castigado por esta prevaricación. No ha conseguido convertirse en ángel y ha perdido la beatitud inocente de la bestia. Por esto ha quedado suspendido en medio del aire, torturado, angustiado, enfermo, turbado y no satisfecho Su única salvación está en volver al origen, reintegrarse plenamente a su naturaleza auténtica, volver a ser animal. Todos los grandes pensadores, desde Luciano a Leopardi, han reconocido que las bestias son incomparablemente más felices y perfectas que el hombre, pero nadie había pensado, hasta ahora, en elegir un método racional y seguro para operar la reunión con nuestros hermanos. Debernos volver a entrar en el paraíso perdido y el Edén no era, recuérdelo, más que un inmenso jardín zoológico. El paraíso que hay que reconquistar es la fauna.

»A Homero se le había presentado ya esta visión. Circe, que transformaba en cerdos a los compañeros de Ulises, es la magna bienhechora de la que me vanaglorio, a una distancia de tantos siglos, de ser el primer discípulo. Pero Ulises, que representa la astucia, es decir, la inteligencia corruptora, y es el protegido de Minerva, celosa de la felicidad de los hombres, hizo tantas cosas que al fin los restituyó a la condición humana es decir, al castigo. De cómo fue castigado por este delito, sabido es que se puede leer claramente en la Odisea.

-He comprendido la tesis -interrumpí-, lo he comprendido a la perfección, precisamente porque no soy una bestia. Pero todavía no veo...

-Un poco de paciencia -contestó Sarmihiel-. Usted es el primero que me escucha más de dos minutos y permite a un anciano que se desfogue al menos una vez en su vida. Yo no soy profeta rechazado, como Zarathustra, pero mi ideal es lo contrario del suyo: él era precursor de la superación, yo del embrutecimiento. Pero los dos estamos de acuerdo en sostener que el estado actual del hombre -situación vil y triste entre el mono y el superhombre- es demasiado absurdo e insoportable; no nos queda más que retrocede


Giovanni Papini

La compra de la republica



La compra de la República

(Capítulo de la novela Gog)

Giovanni Papini

En este mes he comprado una República. Capricho costoso que no tendrá continuaciones. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y del que he querido librarme. Me imaginaba que eso de ser el amo de un país daba más gusto.

La ocasión era buena y el negocio quedó concluido en pocos días. Al presidente le llegaba el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto por paniaguados1 suyos, estaba en peligro. Las arcas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal para el derrocamiento de todo el clan que asumía el poder, tal vez de una revolución. Ya había un general que armaba bandas de rebeldes y prometía cargos y empleos al primero que llegaba.

Un agente norteamericano que estaba allí me advirtió. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos estipendios dobles que los que recibían del Estado. Me han dado en prenda -sin que lo sepa el pueblo- las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un convenio secreto que, prácticamente, me da el control sobre toda la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el amo casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante fuerte, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, a cambio de ello, nuevos privilegios.

El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente; los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de los acontecimientos. No saben que todo lo que ellos creen poseer -vida, bienes, derechos civiles- penden, en última instancia, de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.

Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si quisiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar con ello al Gobierno, desde el presidente hasta el último secretario. No me sería imposible empujar al país que tengo en mis manos a declarar la guerra a una de las repúblicas limítrofes.

Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbre de la comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones.

Yo no soy más que el rey de incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido adueñármela y el evidente interés de todos los enterados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y bastante más grandes e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una análoga dependencia de misteriosos soberanos extranjeros. Siendo necesario mucho más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.

Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son efectivamente gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan representando con naturalidad el papel de jefes legítimos.

FIN


* El cuento “La compra de la República” es un capítulo de la novela Gog, de Giovanni Papini.
, me espanta. El hecho de que la mente humana no ha asociado todavía la manducación y la defecación, demuestra nuestra grosera insensibilidad. Sólo algunos monarcas de Oriente y los Papas de Roma han llegado a comprender la necesidad de no tener testigos en uno de los momentos más penosos de la servidumbre corporal, y comen solos, como deberíamos hacer todos.




Llegará un tiempo en que causará estupefacción nuestra costumbre de comer en compañía - ¡al aire libre y en presencia de extraños!-, como hoy sentimos disgusto al leer que Diógenes, el cínico, satisfacía en medio de la plaza sus más inmundos instintos. La necesidad de engullir fragmentos de plantas y de animales para no morir, es una de las peores humillaciones de nuestra vida, uno de los más torpes signos de nuestra subordinación a la tierra y la muerte. ¡Y en vez de satisfacerla en secreto, la consideramos como una fiesta, hacemos de ella una ceremonia visible, la ofrecemos como espectáculo cotidiano, con la indiferencia de los brutos!

En mi caso, en el Nuevo Partenón, he suprimido desde hace tiempo la costumbre cuaternaria de las comidas en común. En los corredores hay puertas cerradas con un cartelito encima donde aparecen las dos letras A. A. Todos los huéspedes saben que allí dentro, a cualquier hora, se halla comida y bebida. Son cuartitos pequeños, pero luminosos, con una sola mesa y una silla única. El que tiene hambre va allí dentro y se encierra. Cuando se ha saciado sale, sin ser visto, y vuelve a sus ocupaciones o a su vagar. Camareros encargados de aquel servicio visitan algunas veces al día aquellos gabinetes, hacen desaparecer los platos sucios y proveen de alimentos bien preparados que se mantienen calientes durante muchas horas. En la proximidad de cada cabina de alimentación hay un water-closet con los últimos perfeccionamientos higiénicos.

¿Dentro de cuántos siglos será adoptado mi sistema en todas las moradas de los hombres?

Tomado de Gog



Sistema político

¿Cuál es el mejor sistema político para gobernar un país?

Todo el mundo te ha dicho que el mejor sistema es la democracia, yo creo que es subjetivo esto. Una democracia es una ruina si se gestiona mal, y ya no te digo una dictadura o una monarquía absolutista… Un dictador, que haga las cosas bien, que mire por su pueblo y que sea buena persona, pues oye, no tiene por que ser un fracaso, el problema es que la mayoría de los dictadores lo hacen MUY MAL y muchos se convierten en criminales.

¿La democracia es el mejor sistema? no, es el mas libre, el que menos opresión ejerce a su pueblo, no significa que sea el mejor. De hecho creo que ningún sistema actual es bueno.

Aquí en España hay democracia, y es un desastre, solo gobiernan para las coorporaciones, para los bancos europeos y para los intereses de los mercados y las grandes jerarquías. Ademas hay demasiada gente viviendo del estado, demasiados representantes, partidos… diputaciones… autonomías… y son miles de funcionarios representativos que terminan llenándose los bolsillos y mirando su interés.

Ahora se me echará todo el mundo encima pero ¿como voy a decir que la democracia es buena con este panorama? si yo voto a un gobierno y muchas veces no gobierna ni la fuerza mas votada ¿como se entiende eso? y cuando llegan al poder, reciben órdenes de coorporaciones e identidades que están por encima de ellos… y el pueblo no puede hacer nada, por que su capacidad de decisión está limitada a (un partido político cada 4 años) punto pelota.

Ahora, dando mi opinión personal, yo cogería a la democracia, la desnudaría, y la vestiría a mi manera.

En primer lugar ¿que es eso de partidos políticos? ¿para que tantos partidos e ideologías que solo dividen a la sociedad? llegan las elecciones, votas a un partido y te aguantas, te jodes con lo que salga. Puede gustarte el presidente, pero este elige como ministros a quien quiere, y gestiona el gabinete de gobierno como quiere.

Hay ministros de sanidad, que no tienen ni puñetera idea de como funciona la medicina, hay ministros de defensa, que no conocen ni de lejos la vida militar… hay ministros de educación, que no saben como funciona una escuela… y así todo. El presidente elige a quien le sale de los huevos (hablando claro) y tu te aguantas.

De eso nada, yo haría elecciones y votaría a personas, ¿que es eso de un partido político? de eso nada, a PERSONAS.

Para el ministerio de defensa, se expondrían candidatos, gente lista, gente inteligente joder que sepa lo que es el ejército, lo que es la vida militar y que conozca de primera mano los intereses del ejército español, lo mismo con el ministerio de sanidad. Cirujanos retirados, médicos, gente lista que sepa como funciona un hospital, que sepa como va la sanidad en este país.

No quiero mas ministros que llegan a la cúspide haciendo peloteo a la gente de su partido… QUIERO VOTAR DIRECTAMENTE A MIS REPRESENTANTES. Ya esta bien de si somos de derechas o de izquierdas… quiero que me represente GENTE INTELIGENTE, no gente con un ideal político en concreto.

El ministro de defensa podría ser de derechas y el de sanidad de izquierdas…. VOTAR A PERSONAS¡¡¡ y desde luego, poderlas quitar del poder cuando no nos interese, sea por votación.

Habrían candidatos para cada ministerio y gente que esté relacionada con esto.

El pueblo ha de tener poder para expulsar a un gobierno cuando este no cumpla sus intereses, ¿que es eso de esperar 4 años? ¿por que? yo los plazos los limitaría a 2 años incluso menos si el pueblo así lo decide.

El senado, lo erradicaría, no sirve para nada, es el asilo para los políticos retirados de la primera línea… es una cámara de representación territorial que no sirve para nada, nadie hace caso al senado y ahí tenemos a un buen número de políticos cobrando a lo idiota.

Dejaría las autonomías, (cada región española es un mundo) Comprendo que Galicia poco tiene que ver con Andalucía, y dejaría a ciertas personas para defender los intereses de estas zonas, y tomar decisiones a nivel autonómico, pero… (nada de un partido) se votaría a PERSONAS. En Valencia, ganó el PP y gobierna PSOE ¿por que? por pactos… ¿que es esto de los pactos??? fuera pactos y tonterías.

Eliminaría las diputaciones, creo que los representantes provinciales sobran, vasta con los autonómicos.

Y lo mismo con los ayuntamientos, TU ELIGES A TU ALCALDE, no aun partido, y TÚ eliges a tus concejales, no el partido ganado, que pone a quien le da la gana.

La democracia, es muy poco democrática, tu votas a un partido y te expones a todo lo que haga ese partido durante 4 años… el presidente elige a quien quiere para lo que quiere… y nosotros no tenemos ley ni voto en nada.

Pondría que se votasen , las leyes importantes que adquieran una reforma constitucional, (LA CONSTITUCIÓN ES DE TODOS LOS ESPAÑOLES) no del parlamento.

Y así cambiarian mucho las cosas

El verdugo nostálgico

El verdugo nostálgico

Mi pobre Tiapa no se encuentra bien. Sufre de amor propio concentrado. La inacción le humilla. En vano le permito, de vez en cuando que degüelle una cabra. un cerdo, un becerro. Todos los volátiles destinados a la cocina mueren en sus manos, pero hay que ver con qué rabiosa tristeza retuerce el cuello a los gallos y a los pavos.

Lo comprendo: imagino lo que experimentaría un Ford condenado a fabricar automóviles para niños y no más de dieciséis al día. Por otra parte, Tiapa es viejo y no podría ejercer su antigua profesión. Durante cuarenta años seguidos este robusto indio fue verdugo en México y en otros países de América y Asia, pero ahora ya no tiene la fuerza y la precisión de antes, y ningún Gobierno le tomaría a su servicio. Y este hombre, que ha quitado la vida a millares de hombres, ya no sabría cómo ganar la suya si no hubiese sido recogido el año pasado en mi casa. Los verdugos no son previsores, y dado su escaso número, no poseen siquiera un trade-union profesional.



Tiapa no ha sido ni un ejecutor vulgar ni un tímido y gélido funcionario de la justicia. Era un apasionado, un entusiasta, un artista. Ha sido, creo, el último verdugo de puro estilo de nuestros tiempos.

Verdugo por vocación. Su adagio preferido es «Las espaldas han sido creadas para los bastones y los árboles para ahorcar». Esta apasionada naturaleza suya se reveló plenamente en el motivo que le hizo abandonar la profesión. Un joven asesino, en el país donde era verdugo, fue indultado, pero rechazó el indulto. Se lo entregaron: el reo, satisfecho, saludó a su ejecutor y le estrechó la mano. Pero todo esto irritó extrañamente a Tiapa. «Mientras se retuercen y se defienden, todo va bien -dijo-, pero yo no quiero ser cómplice de un suicidio.. Y se negó a cumplir su misión, por lo que fue licenciado antes de tiempo.

-Europa -me decía- ha perdido el secreto de matar. La adopción de los medios mecánicos es el síntoma de una decadencia del arte. La guillotina es rápida, pero demasiado geométrica e impersonal El fusilamiento es el triunfo de lo superfluo, un derroche inútil. Sin contar que los fusiles, ennoblecidos por la caza y la guerra, no deberían ser adoptados para los delincuentes. Los Estados Unidos, con la silla eléctrica, han caído en el máximo de la abyección. La electricidad, la fuerza más espiritual de la Naturaleza, la que da luz y alas, ¡envilecida hasta el punto de asesinar a los asesinos! Los ingleses, que han conservado la vieja horca, son más lógicos y respetuosos, aunque la horca sea, desde otro punto de vista, un medio demasiado incoloro y primitivo; diré, incluso, demasiado ingenuo. En Europa, para decir la verdad, hay solamente dos pueblos que tienen una cierta originalidad en la elección de los suplicios: España y Turquía. El garrote y el palo se salen un poco de lo vulgar y constituyen un castigo más severo que lo acostumbrado, pero palidecen ante los antiguos hallazgos del arte. Y considere que los turcos no son ciertamente europeos, sino de raza mongol y están casi excluidos en Europa.

»La Edad Media ha sido, para el mundo blanco, la gran época del homicidio legal. La rueda, la lapidación y el descuartizamiento eran operaciones refinadas y que exigían una cierta habilidad. Pero los antiguos no se quedaban atrás. El suplicio de Mesenzio, aunque poco usado, era generalísimo, y la idea de Nerón de transformar los cuerpos humanos, con pez, en antorchas vivientes, no merecía ser abandonada. El fuego, para mí, es uno de los más perfectos instrumentos de la justicia. Nada iguala, desde el punto de vista del aniquilamiento total, a una pira bien preparada, hecha de leña resinosa y bien aireada. Tiene algo de clásico, de poético, de grandioso que place a los ojos de la fantasía. Los suplicios que han quedado más profundamente impresos en la memoria de los hombres son aquellos en los que presidió la llama. Las parrillas de San Lorenzo, la pira ardiente de Juana de Arco, las hogueras de Savonarola: grandes páginas de heroísmo y de historia.

»No quiero afirmar con esto que el hacha no tuviese también sus méritos. Creaba una relación directa y diré casi íntima entre el verdugo y el condenado. Cercenar una cabeza de golpe no podían hacerlo todos. Se requería una vista óptima y un brazo seguro. Y cuando se trataba de personajes de alta categoría, como reyes y otros análogos, había el peligro de la sugestión y del temblor. El sentimiento, en nuestros oficio, es una gran desventaja.

»No comprendo por qué, desde hace tantos siglos. ya no se usa la crucifixión: era un suplicio bastante largo, bastante doloroso y sobre todo estético. Hoy se tiene demasiado poco en cuenta la estética. Las ejecuciones, especialmente en Europa, se hacen hoy en los patios de las cárceles, casi sin nadie. furtivamente, como si la justicia humana se avergonzase de sus sentencias. Para mí este modo de obrar es un misterio. O los jueces creen que el condenado merece verdaderamente la muerte, y entonces deberían circundar esta muerte de la mayor solemnidad, o tienen dudas sobre la legitimidad de su derecho sobre la vida humana, y entonces no deberían condenar a muerte a nadie.

»He realizado muchos viajes por el mundo con objeto de perfeccionarme en mí arte, y debo confesar que, incluso en eso, Asia puede dar lecciones a todos. No aludo a los hebreos: como no tuvieron arquitectura, ni escultura, ni pintura, no conocieron tampoco la técnica de la pena capital. Usaban la lapidación; pero el tirar piedras es diversión de muchachos, indigna de hombres verdaderos. Y fíjese en que todos podían tomar parte en aquel vil suplicio democrático: no existía, en la antigua Judea, el empleo fijo de verdugo. El único hebreo que demostró un rudimento de fantasía fue el rey Manasés, el cual, según cuentan, hizo atar al profeta Isaías entre dos tablones y los hizo aserrar.

»Otro genio demostraban los egipcios y los asirios Cuando un pueblo se rebelaba los reyes de Babilonia hacían desollar a los culpables y con sus pieles tapizaban las murallas de la ciudad insurreccionada. Estas tradiciones pasaron a los mongoles, pero Tamerlán es más famoso por la cantidad que por la calidad de los suplicios. Era un mercader al por mayor, pero no un refinado. Las pirámides de cabezas que quedaban aquí y allá. como recuerdo de su paso, no dejaban de tener cierta belleza, pero los modos de matar eran más bien comunes y despreciables. La verdadera patria de nuestro arte es China. En el viaje de instrucción que hice al Celeste Imperio, hace ya muchos años, cuando era todavía joven, pude asistir a alguno de los suplicios clásicos de aquel país tan exquisitamente civilizado. Pero había comenzado ya la decadencia y me dicen que ahora, con la República, las cosas van todavía peor. ¡Hasta quieren imitar a los europeos y se rebajan incluso al fusilamiento!

»Una sola vez en una ciudad de la provincia de Kuang-Si, pude ver el "suplicio de los cuchillos", que para mí es una de las obras maestras de nuestra profesión. Por lo menos es el que me ha dejado una impresión más profunda: merece ser visto. Quizá no sabe en qué consiste. El condenado aparece atado a un palo y delante de él se halla el verdugo con una especie de cesto cubierto con un paño De cuando en cuando el ejecutor mete la mano en el cesto, sin mirar, y saca un cuchillo, lee la palabra que se halla grabada en la hoja y, según lo que ve escrito, opera. En el cesto hay tantos cuchillos cuantas son las partes del cuerpo y cada uno lleva su inscripción correspondiente En el primero que cogió el verdugo debía de hallarse «pie derecho», porque fue el primer miembro que vi cortar al paciente. Luego vi sucesivamente cortar la oreja derecha, las nalgas, la mano izquierda, la pierna derecha, el labio superior, los dos senos y el brazo manco. El paciente no gritaba, apenas gemía. Tal vez se hallaba desmayado. Me dijeron que las familias de los condenados. cuando son ricas pagan una gran cantidad al verdugo para que saque pronto el cuchillo donde se halla escrito "cabeza" o "corazón", con objeto de frustrar las intenciones del inventor y abreviar la ejecución. Pero aquella vez debía de tratarse de un malhechor pobre, porque sólo al final le fue cortada la cabeza. Si los requisitos esenciales de la pena deben ser la duración y la variedad del tormento, me parece que el primer lugar debe ser concedido al de los cuchillos. Me hice amigo de aquel verdugo: era un bello anciano con la perilla blanca y muy amable. Me dijo que aquel suplicio estaba casi pasado de moda y que se podía emplear, con la tolerancia de las autoridades locales, solamente en pequeñas comarcas de provincias. Me confesó que también en China el arte del verdugo era ya poco apreciado y buscado y las sutilezas del oficio estaban a punto de perderse. Sus lamentos me vienen a la memoria hoy en que la decadencia es ya universal y manifiesta. Únicamente en ciertas regiones de América y del Asia Central se encuentran artistas de la muerte que realizan con amor su trabajo y que no han perdido del todo las buenas tradiciones. Y yo que estoy hablando y que puedo alabarme de tener en mi carrera casi dos mil ejecuciones realizadas con perfección y con todos los sistemas, me veo reducido a vegetar en las cocinas y a contentarme, para pasar el tiempo, con quitar la vida a vulgarísimos animales.

Una vez le pregunté qué sensaciones experimentaba, en sus buenos tiempos, durante una ejecución y si no había sentido nunca repugnancia o remordimientos por el horrible oficio a que se dedicaba. Me miró sonriendo.

-¿Remordimientos? ¿Repugnancia? ¿Por qué? Ante el condenado no sentía la impresión de tener delante a un vivo, sino a un muerto. Desde el momento en que la sentencia había sido pronunciada, aquél se hallaba vivo sólo por tolerancia y por razones burocráticas. Había sido ya borrado legalmente del mundo de los vivientes y yo podía proceder a mi obra con la misma frialdad que tienen los médicos cuando descuartizan y despellejan un cadáver. El verdadero autor de la muerte, para mí, es el juez; yo no era más que un instrumento, como el cuchillo o la cuerda. ¿Por qué tenía que tener remordimientos? Si hubiese dependido únicamente de mí, no hubiera matado ni siquiera a una araña. Era el Estado quien me entregaba un cadáver viviente y me ordenaba que desembarazase a la Tierra de su presencia. Y luego la mayor parte de los ajusticiados eran asesinos y yo no les hacía nada más que lo que habían hecho a otros, que eran inocentes.

-Confiese, sin embargo, que el oficio le gustaba y que satisfacía su afición natural a la sangre.

-¿No es esto un mérito? -replicó Tiapa-. Nadie puede ejercer honrada y valientemente un arte si no lo ama. Y en lo que se refiere al amor a la sangre, ¿qué mal hay en ello? Si nació conmigo, yo no soy responsable. Todos siguen sus propias inclinaciones. Los pintores pintan porque les gustan los colores y las formas, el astrónomo estudia porque prefiere los números y las estrellas. ¿Por qué ha de parecer extraño que un verdugo mate porque le gusta la sangre? No comprendo el prejuicio de los hombres contra el verdugo. Si no queréis verdugos suprimid la pena capital; los jueces no la aplican seguramente para dar gusto a los ejecutores. Y si no queréis suprimirla, dad gracias a Dios de que nazcan hombres dispuestos a dedicarse a esta profesión y honradlos como conviene.

-Pero esta nostalgia que usted sufre ahora, ¿no le parece algo sucio, feo?

-Pruebe -contestó triunfalmente Tiapa- de hacer cuarenta años de verdugo y luego hablaremos. Las cabezas me faltan como al escultor paralítico el barro y los palillos; sufro como sufriría un violinista al que hubiesen cortado las manos. Mi malestar es una prueba del amor inextinguible que he sentido siempre hacia el arte. Pero los puros artistas fueron siempre mal comprendidos y calumniados.

Y una lágrima, una verdadera lágrima, descendió del ojo derecho del viejo Tiapa.

Tomado de Gog

Filosofía de lo cotidiano

 Podemos resumir la  filosofía de lo cotidiano en estos cinco puntos:

- Los marrones, decepciones y pequeñas catástrofes estarán siempre presentes en nuestro día a día. Forman parte de la existencia. Acéptelo.

- La felicidad reside en que no te importen demasiado. Es decir, cuanto menos te afecten mentalmente los conflictos cotidianos, más libre y satisfecho estarás.

- Ponerse siempre a prueba e intentar demostrar a los demás lo fuerte que somos nos conduce a la infelicidad.

- Dado que vivir consiste en resolver problemas, seleccione al menos los que merezcan la pena.

- El enfrentamiento es necesario. Hay cosas en nuestra vida que necesitan romperse para luego recomponerse y ser mejore

De justicia



Giovanni Papini - Proceso a los inocentes


Hace tres semanas destrocé, con mi «Packard», a una vieja, y como sus parientes pretendían una indemnización impúdicamente desproporcionada a la pérdida -sabemos perfectamente cuál es el precio medio de las mujeres-, he tenido que llamar a un buen abogado para que me defendiese contra aquellos explotadores de cadáveres.

El abogado Francisco Malgaz parece, a primera vista, un patán montañés vestido de señor. Cúbico, mal garbado, basto, huesudo y adusto. Cabeza enorme, manos grandes, pies gigantescos, ojos de buey y dientes de caballo. Pero luego, al cabo de un rato de estar con él, se descubre que es un hombre de ingenio y de talento, culto y de amena conversación. He pasado con él más de una hora agradable. Ayer por la noche, por ejemplo, me confió sus ideas sobre la justicia.



-Nuestro sistema -decía- es absurdo y complicado. La herencia del Derecho romano nos oprime. El Derecho romano, con todas sus precauciones , casuismos, fue la obra de unos labriegos avaros y desconfiados que veían el castigo de los delitos bajo el aspecto de una represión. No se puede castigar el delito que ya ha sido cometido y es irremediable, sino tan sólo secuestrar al delincuente para que no cometa otros. Cuando leo en las sentencias que un individuo es condenado a tres años, ocho meses y veintisiete días, huelo a especulación. Parece que los jueces quieren hacer «pagar» al culpable el acto cometido con arreglo a una tarifa de precios que llega hasta el céntimo. Cuando haya pagado aquellos años, aquellos meses y aquellos días, el deudor estará en paz, lo mismo que antes. Es un error. Un delito es irreparable y por esta razón no se paga nunca y de ningún modo puede ser cancelado, puesto que no puede devolverse a la víctima la paz o la vida perdidas.

»Por otra parte, si un juez penetra en el fondo de las cosas, y en los procesos modernos larguísimos no puede pasar de otro modo, termina por darse cuenta de que el acusado no podía menos de realizar lo que ha realizado, dado el temperamento, las ideas, las necesidades, las pasiones y todo lo demás. Si nos fundamos en la psicología, todo culpable debería ser absuelto; si nos preocupamos de la defensa de la sociedad, todo culpable debería ser eliminado para siempre. Esas gradaciones minuciosas de penas son ilógicas y arcaicas y los procesos, para mí, pérdidas de tiempo inútiles.

»Lo importante es eliminar de la circulación a los delincuentes, sin sutilezas superfluas ni gastos gravosos. Yo dividiría los delitos en tres categorías: mayores, medios y menores. Y a cada categoría asignaría una pena única. Los mayores, como, por ejemplo, el parricidio, la traición a la patria, etcétera, deberían ser castigados con la muerte inmediata. Los medios -heridas, hurtos, estafas y análogos- con la deportación perpetua. Los menores -rapiñas, difamaciones- con la confiscación de la propiedad o una gran multa. De esta manera quedarían abolidos los tribunales y los jueces, las cancillerías y los jurados, los procedimientos, las prisiones con todos sus directores y carceleros, y la sociedad estaría protegida lo mismo, con inmensa economía de tiempo y de dinero. Los procesos son escuelas de delincuencia y las prisiones sementeras de criminalidad. Una buena Policía proveería a todo. Acosando al delincuente es fácil a un comisario el establecer la calidad de su delito y es fácil librarse de él. O se le mata, o se le expulsa del país, o se le hace pagar. Seguridad, rapidez y ahorro. En pocos años disminuirían el gasto de la justicia y el núnero de delitos.

»Los procesos, sin embargo, no serían suprimidos del todo. ¿Sabe contra quiénes deberían ser incoados? Contra los llamados inocentes. Procesar a los delincuentes es una extravagancia costosa, pero procesar a los inocentes es el deber supremo de un Estado consciente de sus deberes. Cuando se ha cometido un delito, toda la ciencia de los jueces, la elocuencia de los abogados y la severidad de los esbirros no pueden conseguir que el daño y la ofensa dejen de existir y sean incancelables. Pero se podría, en cambio, impedir al menos la mitad de los delitos que «serán cometidos» si los pretendidos «incensurables», los llamados «honrados», fuesen vigilados y sometidos a juicio.

»Cada municipio debería tener una junta de vigilancia y denuncia, compuesta de psicólogos y moralistas, a los que se podría añadir, si se creyese oportuno, un médico y un cura. Esta junta debería vigilar y, en ciertos casos, acusar a todos aquellos, y son innumerables, que viven de tal modo que se hallan expuestos, pronto o tarde, a la tentación y al contagio del delito. Hay en todas partes vagabundos notorios, desocupados desprovistos de rentas, seres coléricos, sanguinarios, recelosos, pródigos, fanáticos, pasionales. Todos los conocen y todos prevén que un día u otro acabarán mal, al menos en la proporción de un treinta por ciento. Si un hombre tiene una idea fija, si aquel otro cambia de oficio a cada estación, si éste es inclinado a la melancolía, la suspicacia o al lujo exagerado, se puede estar seguro de que no tardarán mucho en cometer alguna vergonzosa o criminosa acción. Son, en apariencia, personas de bien, pero en realidad delicuentes in fieri. Y entonces los procesos pueden ser necesarios, más que útiles. Si para los delincuentes naturales son intempestivos, para aquellos que lo son en potencia, son oportunos y utilísimos.

»Llame a juicio a los iracundos, a los libertinos, a los haraganes, a los avaros; amonésteles y, si es preciso, castíguelos. A los tiranos de la familia, quíteles la patria potestad; a los suspicaces demasiado susceptibles, extírpeles los cálculos biliares; a los derrochadores y dilapidadores, príveles del patrimonio; a los apasionados, sáqueles un poco de sangre. y mil y mil delitos serán evitados. Estos procesos preventivos serán la gloria del legislador y el triunfo del juez. La salvación de la moral y de la sociedad no se obtienen con vanos y costosos procesos contra los culpables, sino con interminables procesos contra los inocentes. La mayor parte de los crímenes los realizan hombres que parecían, una hora antes, inocentes y que así eran considerados por la ley. Los pretendidos inocentes son el semillero del cual salen los malhechores más repugnantes. Debemos dejar de mirar los actos externos -simples consecuencias materiales de un estado de ánimo- y atender, en cambio, a la conducta, a las opiniones, al género de existencia, a los sentimientos y las costumbres de todos los ciudadanos. Nadie. en la tierra, examinado de dentro a fuera, puede llamarse inocente. Procesar a un supuesto inocente significa, precisamente, salvarle a él y a nosotros del delito que podría cometer mañana.

Aunque el sistema del abogado Malgaz me parece demasiado simplista y propicio a los abusos, hay que reconocer, sin embargo, que no está falto de cierto barniz de lógica y de buen sentido.

Pero, para evitar cien procesos, ¿no tendrían al menos que incoarse veinte mil?

La republica



La compra de la República

(Capítulo de la novela Gog)

Giovanni Papini

En este mes he comprado una República. Capricho costoso que no tendrá continuaciones. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y del que he querido librarme. Me imaginaba que eso de ser el amo de un país daba más gusto.

La ocasión era buena y el negocio quedó concluido en pocos días. Al presidente le llegaba el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto por paniaguados1 suyos, estaba en peligro. Las arcas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal para el derrocamiento de todo el clan que asumía el poder, tal vez de una revolución. Ya había un general que armaba bandas de rebeldes y prometía cargos y empleos al primero que llegaba.

Un agente norteamericano que estaba allí me advirtió. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos estipendios dobles que los que recibían del Estado. Me han dado en prenda -sin que lo sepa el pueblo- las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un convenio secreto que, prácticamente, me da el control sobre toda la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el amo casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante fuerte, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, a cambio de ello, nuevos privilegios.

El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente; los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de los acontecimientos. No saben que todo lo que ellos creen poseer -vida, bienes, derechos civiles- penden, en última instancia, de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.

Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si quisiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar con ello al Gobierno, desde el presidente hasta el último secretario. No me sería imposible empujar al país que tengo en mis manos a declarar la guerra a una de las repúblicas limítrofes.

Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbre de la comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones.

Yo no soy más que el rey de incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido adueñármela y el evidente interés de todos los enterados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y bastante más grandes e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una análoga dependencia de misteriosos soberanos extranjeros. Siendo necesario mucho más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.

Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son efectivamente gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan representando con naturalidad el papel de jefes legítimos.

FIN


* El cuento “La compra de la República” es un capítulo de la novela Gog, de Giovanni Papini.